WASHINGTON IRVING Y LA ALHAMBRA
VIAJEROS ROMÁNTICOS EN GRANADA.
Los viajeros románticos dieron a conocer una Alhambra desconocida y olvidada. Ellos dejaron el testigo a los escritores, pintores y fotógrafos que, con sus descripciones, mantuvieron viva la imagen del monumento. Junto a los arqueólogos y profesores, fueron los guardianes de la Alhambra.
LA ALHAMBRA. LA MIRADA DE PROPIOS Y EXTRAÑOS. Por Carolina Molina.
La Alhambra está asociada a términos tan contrarios como fragilidad y permanencia. La fragilidad por sus columnas esbeltas, su diáfana estructura; su permanencia, por ser una superviviente de las restauraciones, demoliciones y expolios a que fue sometida. La dualidad, presente en la cultura islámica, hace de la Alhambra, más que un monumento, un concepto. Hoy, el lugar más visitado de España en 2007 con tres millones de turistas, representa todo aquello que el visitante desea ver, porque una de las virtudes de la Alhambra es su capacidad de transmutarse, tanto en el exterior como en el interior. Desde fuera, en las mañanas brumosas, la Alhambra se mimetiza con el paisaje, se borra de nuestros ojos a pesar de su densa apariencia. Y según transcurre el día, la luz la transforma, la forma y la deforma, cambiando a nuestros ojos su volumen y color. Desconozco si esta peculiaridad de la Alhambra fue intencionadamente considerada por los alarifes andalusíes, lo cual no sería raro pues siempre se ha dicho que eran un poco magos.La Alhambra, resulta extraño decirlo, nunca es la misma. Mis palabras pueden atestiguarlas cada uno de los tres millones de viajeros que presencian la caída del sol desde el Mirador de San Nicolás.Así pues, sólo cabe hablar de todas las Alhambras que han sido. Las que los pintores dibujaron, las que los fotógrafos retrataron y los turistas admiraron. Tal vez con la mirada de los otros, de los que no son granadinos, y con la de los propios, que sí lo son, podamos configurar una idea acercada a la realidad de la Alhambra.Tal y como yo lo veo, hay dos etapas a considerar. La primera mitad del siglo XIX y la segunda. Comencemos por los primeros descubridores de la Alhambra en su primera mitad.
OTRAS PÁGINAS DE DAVID ROBERTS
LOS PINTORES
Primero fueron los viajeros y aquellos que inmortalizaron la Alhambra y la ciudad con sus mapas. La Alhambra se nos volvió plana y extensa. Un lugar acotado por murallas que se nos suponía una cárcel imaginada e inaccesible. Pero por fortuna un buen día llegó a la ciudad el primer pintor. Aunque probablemente la mayoría fueron anónimos, serían los pintores románticos los que descubrieron la Alhambra para el mundo.
Llegaron Girault de Pragney, John Frederick Lewis y David Roberts y convirtieron la ciudad palatina en algo vivo, voluminoso y bello. Con cada uno de ellos se aportó una perspectiva distinta de Granada y de la Alhambra. Si bien la pintura del XIX podía dar ese carácter verídico que hasta el momento desconocíamos de la ciudad, el inconveniente de la pintura romántica fue su exceso de idealismo y de búsqueda de la belleza. Roberts, con su magnífico colorismo y elegancia, buscó preferentemente aquel halo de pasado moro y ruinoso que quedaba, y mucho, en Granada. Gracias a él conocemos hoy cómo era el Arco de las Orejas y es muy posible que fuera el único que se preocupara por la imagen siniestra del Puente del Carbón, en lo que entonces denominaban la Riberilla, antes de que el Darro fuera ocultado a nuestros ojos. Lo mismo haría con la Alhambra, buscaría su perspectiva más romántica iluminándola con el color de una primavera permanente. Lewis, por el contrario, persiguió la imagen costumbrista de la Alhambra, aparecieron majos y toreros, todo un pintoresco cuadro de costumbres que luego Merimée llevó al auge con su mítica Carmen.
De los tres, sería Girault de Pragney quien mostró una Alhambra más arquitectónica y seria. Con su visión de Plaza Nueva supimos dónde se situaba su famoso Pilar de dos arcos, bajo la imponente figura de la Alhambra.
Con estas bellas imágenes, la Alhambra viajó por todo el mundo. Nadie en su sano juicio deseó quedarse en casa después de haber visto una sola imagen de la Alhambra. Así que los escritores, mayormente, comprendieron que a las pinturas les faltaba algo, algo fundamental: la palabra. De esta manera empezó un largo periplo de visitas a la ciudad. Pero el primero y el que más dio a la Alhambra, fue sin duda, Washington Irving.
LOS ESCRITORES
Washington Irving fue el inquilino romántico más célebre del palacio. Sus Cuentos de la Alhambra son mundialmente conocidos. Dolores, la tía Antonia o su sobrino Manuel Molina (quién sabe si no era un antepasado mío), se convirtieron de la noche a la mañana en personajes tan famosos que uno espera encontrárseles en la Puerta de la Justicia haciendo guardia e impidiéndonos el paso.
Recientemente, con la publicación del muy recomendable libro Cuadernos secretos de Washington Irving, nos han mostrado una visión desconocida de la Alhambra. Tal vez la única con la que no esperábamos toparnos: la de la fantasía. Es muy probable que aún habite en el palacio algún duende andalusí que nos mire con sus ojillos curiosos desde la Torre de la Vela y se pregunte qué es lo que estamos haciendo con su maravillosa casa.
Junto a Irving, Teophile Gautier, fue uno de los primeros en llegar a Granada. Corría el año 1840. En su conocida historia La novela de la momia, ya nos manifestó su preocupación por la desdeñosa actitud humana frente a nuestro patrimonio artístico. No es de extrañar, por eso, que sea uno de los viajeros-escritores más críticos con la situación de Granada y de la Alhambra. Considerando que fue de los abanderados en este género, la contemplación de dibujos como los de Roberts, por ejemplo, le traerían engañado a España, hipnotizado por su belleza romántica. “Antes de seguir adelante, dice al comenzar su descripción sobre el monumento granadino, debemos prevenir a nuestros lectores, que podían encontrar nuestras descripciones, aunque de una escrupulosa exactitud, por debajo de la idea que se han formado de la Alhambra, ese palacio fortaleza de los antiguos reyes moros, que no tiene en absoluto el aspecto que le da la imaginación. Uno espera encontrar superposiciones de terrazas, alminares calados, perspectivas de columnatas interminables. No hay nada de todo eso en la realidad. Por fuera no se ve más que gruesas torres macizas color ladrillo o pan tostado, construidas en diferentes épocas por los príncipes árabes. Por dentro, sólo una serie de salas y galerías decoradas con una delicadeza extrema, pero sin nada de grandioso. “
Ésta va a ser la tónica general en las descripciones de los viajeros románticos, fuera de la admiración unánime por la bella fortaleza. Sus visitantes se ven inmersos en la contraposición “vida íntima-vida pública” de las construcciones musulmanas. Desde fuera se apasionan por el paisaje, como buenos románticos, pero al atravesar los muros de la Alhambra les invade el desencanto. Los viajeros se decepcionan ante el monumento que, previamente han imaginado tan majestuoso como lo fuera en tiempos de los árabes. A nadie se le ocurrió pensar que sus salas estaban amenazadas por el fantasma de la ruina y que sus amplias paredes escondían alcobas pequeñas e íntimas. Porque sólo el nombre de la Alhambra inspira grandeza. Esta actitud cambia cuando hablan de la ciudad de Granada, de la que todos y cada uno de ellos sólo tienen palabras de elogio, catalogándola, incluso, como decía Alejandro Dumas, el país más bello del mundo.
Tomemos como ejemplo el Patio de los Leones. Todos los viajeros hacen una especial parada en este lugar. Gautier dice “Los grabados ingleses y los numerosos dibujos que se han publicado acerca del Patio de los Leones no dan más que una idea muy incompleta y muy falsa, a todos ellos les falta el sentido de las proporciones”. Por eso es importante la opinión de los viajeros, porque es una opinión subjetiva, pero viva, y contrastada con otras que miraron igual que ellos, desde distintos ángulos.
En los años 40, el Patio de los Leones, según el escritor francés, era la parte mejor conservada de la Alhambra. Desde ese momento debe empezar a sufrir avanzado deterioro a tenor de las imágenes que en el año 1858 consigue el fotógrafo G. de Beaucorps del templete oriental del patio cuando fue remodelado, lleno de vigas superpuestas.
Gautier entiende de arte, da muestras de que su cultura va más allá de la simple contemplación literaria y, siempre con la superioridad que le da saberse francés, observa las nefastas restauraciones a las que sometieron el monumento y hace hincapié en el feo tejado de teja redonda que ha reemplazado a las vigas de cedro y a las tejas doradas de la techumbre árabe. Es curioso que también lo advirtiera su compatriota Josephine de Brinckmann quien se entristeció mucho al ver que las deliciosas terrazas que cubrían todas las salas que dan al patio de los Leones habían sido sustituidas por un espantoso techo de tejas cuya armazón es de tal peso que todos los ligeros arcos se hunden y habrían ya sucumbido bajo él si no se hubiese apuntalado fuertemente. Comprenderás entonces (dice a su hermano) qué mal efecto debe hacer este techo de tejas y estos apoyos sobre y en contra de estas delicadas galerías, donde el mármol está por todos los sitios esculpido con huecos y que parecen haber sido creadas por un soplo divino.
Brinckmann viajó a España una década después y todavía se lamentaba del mal estado del edificio:“A cualquiera que tenga el gusto por las artes y por la historia debe encogérsele el corazón al ver el estado de abandono en el que se encuentra, al ver estas deliciosas paredes y sus encajes hundirse por todos los sitios, a estos ligeros arcos doblarse bajo el peso del abominable techo del que te he hablado. Y, no lo creerás, el portero comercia con los extranjeros con trozos de estuco que se resquebrajan y se levantan del muro. Un señor que conocía compró un gran trozo por cinco francos; yo no lo pude evitar y se lo reproché y no quise imitarle, dejemos cometer solo a los ingleses estos actos de vandalismo. Ciertamente, si el gobierno no aporta un serio y rápido cuidado a la restauración y al mantenimiento de esta obra maestra oriental, en veinte años no quedarán apenas restos de la Alhambra. “
No fue un vándalo inglés, el inglés más famoso que visitó la Alhambra. Richard Ford, fue mucho más crítico, si cabe que los franceses y dedicó gran parte de su protesta en su libro Manual para viajeros por Andalucía. “La Alhambra, esa palabra mágica que en la mente de los ingleses constituye el resumen y la sustancia de Granada”, dijo Ford. “Para ellos es el primer objetivo, el imán, la perla preciosa; es la Acrópolis, el castillo de Windsor de esa ciudad. Pocos granadinos van nunca a visitarla ni comprenden siquiera el interés total, la devoción concentrada que despierta en el forastero. La familiaridad en ellos ha dado lugar al menosprecio con que el beduino contempla las ruinas de Palmira, insensible a su presente belleza tanto como a su pasada poesía y aventura. “ . Ford es consciente de que Irving y otros viajeros han impedido la ruina total del monumento, pero incluso en una época cercana al medio siglo, sólo se atiende a “reparar y embellecer” y no a restaurar.
Ford dio con la clave de la visión alhambreña de la última parte del siglo XIX.
LOS FOTÓGRAFOS.
Ni Gautier ni Ford, tan comprometidos con el mantenimiento de la Alhambra, evitaron caer en la hipocresía. Gautier, perdía el respeto a la Fuente de los Leones, a pesar de considerarla un monumento de muy gran importancia y enfríaba su vino entre las aguas de la fuente. Ford, el defensor a ultranza de la restauración, deja su firma entre los famosos leones como si fuera un avezado graffitero del XIX. Así se comportaban los románticos, guardando el equilibrio entre la vehemencia y la desidia.
Una vez que los viajeros dejan su huella y los pintores han plasmado la innata belleza de la Alhambra, surge un hecho que cambiará Granada y el mundo: la fotografía. Si creíamos que la Alhambra era conocida desde todos sus ángulos estábamos equivocados. Aún quedaban las instantáneas que irían a buscar lo nunca visto. Como dice Javier Piñar Samoa en “Fotografía y fotógrafos en la Granada del siglo XIX” se da la circunstancia de aunar en la ciudad, por un lado, a unos fotógrafos viajeros (entre los que se encuentran Richard Clifford o Jean Laurent ) y a unos viajeros fotógrafos ( menos conocidos para la Historia salvo en dos excepciones, el propio Gautier y Alejandro Dumas, que recorrieron la ciudad con una cámara en mano). Según el propio Piñar, las fotografías de Gautier podrían llegar a ser las primeras realizadas en Granada. Tanto las realizadas por Clifford en su calidad de fotógrafo de la reina como las de Laurent, que reflejaban los pormenores del palacio, incluido su ruinosa apariencia, coincidían en una cosa frente a las pinturas de los románticos: eran más veraces pero también ausentes de color. La Alhambra había empalidecido por completo.
Con la llegada de los fotógrafos locales (los Ayolas, Camino, Torres García, entre otros) la Alhambra retomó su carácter universal. Entre postales coloreadas y álbumes, la Alhambra fue declarada monumento nacional el 12 de julio de 1870. Por aquella fecha ya eran conocidos los enfrentamiento entre conservaduristas (defensores de conservar sin añadir lo que aún quedaba de la Alhambra) y restauradores (que pretendían restaurarla añadiendo lo inexistente), cuyas ideas enfrentadas habían dado origen a axiomas como "Conservar, no restaurar” o “Restaurar es otro modo de destruir”. Así aparecieron hombres como Rafael Contreras, verdadero califa de la Alhambra, quien tuvo iniciativas personales tan ingeniosas como derribar todo el alicatado de los baños para reemplazarlos por colores más modernos o colocar cúpulas orientalizantes en los tejados del Patio de los Leones, en una búsqueda del ideal árabe que él creía como verdadero.
El 19 de mayo de 1905, se creaba la Comisión Especial de la Alhambra, cuyo presidente fue un personaje a quien yo pretendo restituir en nuestra memoria: Manuel Gómez-Moreno González. Este hombre hizo por la Alhambra y por Granada verdaderas hazañas artísticas. No sólo luchó como presidente de la Comisión contra estas posturas sensacionalistas y falta de rigores artísticos, sino que su trabajo para el Museo de la Alhambra y su Patronato fueron esenciales para el monumento.
Con este breve repaso de lo que aconteció a la Alhambra en el siglo XIX, me parece un verdadero milagro encontrarla aún en pie. Los terremotos y los tres incendios que la devastaron, como el de 15 de septiembre de 1890, el más devorador de todos, así como los nada acertados criterios de restauración, han contribuido a crear una imagen de monumento indestructible de la Alhambra. En la actualidad sigue siendo una referencia para arqueólogos, historiadores, artistas y escritores. La farsa política de la elección de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo no ha hecho más que confirmar que la Alhambra no debe ni puede ser un monumento politizado, debe permanecer por encima de las ideologías. De todo lo ya pasado deberíamos aprender, respetando la mirada de los otros y la de los propios. La mía, que es tan propia como ajena por ser de allí y de acá, la reflejé en mi novela Sueños del Albayzin y permítanme que acabe esta reflexión plagiando mis propias palabras:
“Y hubo quien debió pensar: “He aquí un buen lugar para construir un castillo desde donde contemplar tan bella vista”. Y lo construyó. Y lo llamaron Alhambra, por ser de color rojo, como la sangre.
Los que desde los balcones de la Alhambra se asomaban y contemplaban el Albayzin decían: “No hay en el mundo lugar más bello que éste que ven mis ojos” y si, por casualidad, acudían al Albayzin y miraban hacia la Alhambra, decían confundidos: ¡Cuán necio he sido al pensar que el Albayzin es único, pues más bella es aún la Alhambra!
Así pues ambas colinas rivalizaron en belleza, convirtiéndose en enemigas y como la naturaleza es sabia, púsoles un río de por medio, para que ninguna de ellas tuviera la tentación de acercarse.”
CATÁLOGOS IMPRESCINDIBLES.
LUZ SOBRE PAPEL. La imagen de Granada y la Alhambra en las fotografías de J. Laurent.
IMÁGENES EN EL TIEMPO. Un siglos de fotografía en la Alhambra. 1840-1940.
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